sábado, junio 04, 2011

Antonio Porchia




He leído en alguna parte que fue carpintero, tejedor y tipógrafo, entre otros oficios, y que, cumplidos los cincuenta, se retiró a una casa con su mujer, a las afueras. Llevó a partir de entonces una vida modesta en la que cambiaba con frecuencia de domicilio, siempre a uno más pequeño, viviendo de la diferencia de precio con el que dejaba.





En 1943 sus amigos le habían editado sus "voces", una especie de aforismos poéticos, en una edición sufragada por ellos que prácticamente se distribuyó sólo en bibliotecas.





Durante años, sus frases pasaban de mano en mano, fotocopiadas una y otra vez, copiadas en cuartillas o cuadernos, o tomadas al dictado cuando, de vez en cuando, le invitaban a leerlas por radio.

"Se vive con la esperanza de ser un recuerdo"; "Todos pueden matarme, pero no todos pueden herirme"; "Hay olvidos que son quien olvida"...


Allí, en su casa, recibía con frecuencia a sus amigos, y se dedicaba a escribir, "esas pequeñas cosas que yo hago", como él las definía, y que fascinaron, en París, a Quenneau y a Breton.
Hace unos años la editorial Pre-textos publicó Voces Reunidas. Manuel Borrás había encontrado uno de sus libros en una librería de viejo, en Buenos Aires, y quedó fascinado por su poesía y su mirada lúcida y melancólica.
Murió en 1968, tras resbalar de la escalera a la que se había subido a podar uno de los árboles de su jardín.

"Te llevaré flores -escribió- donde ellos saben que estás y donde yo sé que estás; en ambos lugares distintos"





inspirado por Humberto Antonio Primogerio