miércoles, enero 11, 2012

2011, año de fracasos en el rock





La movida musical de 2011 reveló que el rock de los sellos discográficos más importantes está atravesando una crisis mayúscula, en tanto las viejas bandas reciclan los sonidos de su pasado y sus refuerzos más jóvenes no van más allá de un campo de zopencos que son el equivalente artístico de las marcas genéricas de las tiendas.

El género no produjo ni un solo álbum destacado en el último año, y lo mejor de lo mediano siguió ciegamente las huellas trazadas años o incluso décadas atrás.

Muchos de los monstruos ­U2 y Bruce Springsteen entre otros- se tomaron el año libre, pero las deficiencias del rock son creativas, no comerciales. A esta altura, se está convirtiendo en un cementerio de innovación y creatividad estética.

Declarar muerto un género es la peor, y la menos imaginativa, de las proclamaciones, o sea que llamémoslo un "campo de zombies": se mueve, ocupa espacio, parece poderoso de lejos y chillón de cerca. Le faltan nutrientes.



¿Cómo explicar, si no, el consenso crítico en torno de una banda como Foster the People, cuyo "Torches" (StarTime/Columbia) fue uno de los álbumes de rock de una banda emergente más elogiados del año, pese a haber agregado tan poco al Lite-rock impregnado de soul de los años 1980? ¿Y los Black Keys, que se han entregado a un garage-soul mediocre y sobrevivieron cruelmente a los White Stripes, quienes fueron sus pares en su momento? Este fue un año terrible, lleno de fracasos creativos, y en muchos casos fracasos comerciales, de artistas que durante mucho tiempo fueron confiables. Y ni hablar de los álbumes de regreso absolutamente sofocantes de bandas que hace rato pasaron su fecha de vencimiento: "I’m With You" (Warner Brothers) de Red Hot Chili Peppers, "Gold Cobra" (Interscope) de Limp Bizkit, "Collapse Into Now" (Warner Brothers) de R.E.M.

La escala no tiene por qué ser en sí misma o por sí misma un factor disuasivo para la creatividad; miremos el hip-hop, donde están teniendo lugar montones de innovaciones sonoras en los escenarios más grandes, proferidas por las estrellas más grandes.



Hasta el country de los mejores sellos, que no es exactamente una tormenta de originalidad, ha corrido más riesgos en la última década que el rock de los grandes sellos discográficos. La banda de veteranos con lo mejor de 2011 fue Foo Fighters, en "Wasting Light" (Roswell/RCA).

Los raros puntos destacados que funcionaron en el sistema de grandes sellos fueron Young the Giant, cuyo debut que lleva su nombre por título (en Roadrunner) es uno de los lanzamientos más esmerados del año entre los grandes sellos, una reformulación modesta del rock independiente pionero de los ’90 que, aun sin traspasar los límites, resultó no obstante prometedor.





Paramore, que no lanzó ningún álbum en 2011, se destaca no sólo por su capacidad para unir una fuerza maníaca con melodías llenas de energía, sino también porque tiene como primera voz a una mujer, Hayley Williams, una de las cantantes más convincentes del rock masivo.

No ayuda mucho, por otra parte, el hecho de que algunas bandas estén empezando directamente a pasar por alto a los grandes sellos discográficos. The Gaslight Anthem, por ejemplo, tiene el potencial de hacer himnos pastorales enormes y arrolladores post-Springsteen, pero hasta ahora se ha empeñado en hacerlo en un sello independiente.

¿Quién puede culparlo? En general, los grandes sellos discográficos continúan dedicando recursos a bandas cuyos discos se mantienen en el ranking de álbumes de Rock durante meses, sin ninguna ambición. 30 Seconds to Mars batió hace poco un Record Mundial Guinness por el mayor número de shows realizados en el ciclo de un solo disco (más de 300), lo cual, visto cínicamente, significa que les resultó más fácil tocar viejos temas que escribir nuevos.



El álbum en cuestión, "This Is War" (Virgin), fue lanzado en 2009 y recién ahora llegó a vender 50.000 copias.

Pero hagamos un brindis por los 300 shows de 30 Seconds to Mars, aunque más no sea por recordar la inconsistencia fundamental de la banda, y el sistema inconsistente que la impulsa. Es un funeral viviente, y en algún momento tendrá que caer.



POR JON CARAMANICA - The New York Times