sábado, diciembre 28, 2013

LOU REED

El 27 de octubre falleció Lewis Allan Reed (1942-2013). No pudo superar el trasplante de hígado al que había sido sometido unos meses antes. Con su muerte se ha ido una de las figuras más emblemáticas de la historia del rock, un músico más influyente que conocido, autor de una obra poliédrica y descomunal que ha marcado para siempre el devenir de la cultura pop.
De artistas como Lou Reed (1942-2013) están hechos los sueños del rock’n’roll. De una mitología donde rebeldía, excitación y peligro se dan la mano para atravesar el umbral de una realidad contraria a la estipulada en el libro de instrucciones que marca el sentido común. Más mentira que verdad, más tragedia que aventura y con más mártires que héroes, el espíritu del rock se ha sustentado muchas veces en episodios proclives a vivir ese valiente lado salvaje con una inconsciencia prodigiosa. Eterno maná de afectados por el síndrome de Peter Pan, el rock también ha sido, paradójicamente, una escuela alternativa de crecimiento, la gran iniciación a un planeta imaginario, extraño y fantasioso, siempre reacio al aburrido pragmatismo del mundo real.
Esa chispa de búsqueda y autoafirmación que procura el arte desde el principio de los tiempos tuvo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el instante máximo de esplendor del mundo adolescente con la irrupción del rock’n’roll y sus mitos terrenales gloriosos. El cronista urbano Lou Reed definió con maestría esa sensación de escapismo autodidacta, primero con The Velvet Underground desde mediados de los sesenta y después con el arranque de su carrera en solitario en una década, la de los setenta, rebosante de momentos dignos de aclamación. Son esos años los que definen al Lou Reed canónico, el que procuró que tópicos de alta graduación y baja estofa como “sexo, drogas y rock’n’roll” no lo fuesen en absoluto y se convirtiesen en la nueva religión a seguir por las diversas generaciones crecidas al amparo de esa extraña música que sigue sintonizando con las pulsiones más íntimas del ser humano. Lou Reed acabó haciéndose adulto, como el propio rock, y nos entregó discos magníficos en los ochenta (“The Blue Mask”, “New York”), en los noventa (“Songs For Drella”, “Magic And Loss”) y en el nuevo siglo (“The Raven”), pero su período fascinante, el que configura el triángulo equilátero formado por la cochambre glam de “Transformer” (el de los hits), el doloroso y deprimente “Berlin” (el de la cara B más triste de la historia) y el incendiario “Rock N Roll Animal” (el del directo con la mejor electricidad rocanrol), es el que delimitó –entre noviembre de 1972 y febrero de 1974, ¡en solo quince meses!– ese territorio eterno que, como le ocurrió a la Jenny de su canción “Rock & Roll”, salvó su vida y, por supuesto, la de muchos otros. Aunque, efectos colaterales mediante, también condenó gravemente a numerosas víctimas, que se apuntaron al carro de los excesos sin mesura gracias a la conocida leyenda negra del rock que él personificó tan temerariamente al mezclar heroísmo y heroína.
Libertad y libertinaje, sí, por supuesto, pero en la obra de Lou Reed primó, además, sobre todo, la emoción y el ingenio balanceándose entre la pura simpleza y la elevada profundidad... Finalmente, la esencia del mejor rock posible, el clásico y el rupturista, en una música que afectó directamente los sentidos de varias generaciones e instauró, con su magnífica percepción y el groove negro de su irregular pero magnética voz, la aniquilación de todas las inocencias. En efecto: el mundo, el real, se parecía mucho a sus canciones. --------------Publicado en Rockdelux.....(Diciembre 2013)