domingo, abril 29, 2012

Sergio Marchi: “Roger Waters, como Lennon, creó una obra realmente profunda”

Periodista especializado en rock, biógrafo de Charly García y Pappo, Sergio Marchi estuvo en la feria para presentar "Roger Waters. Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd", un recorrido por la vida del músico que busca explicar su vigencia. Divulgador de la cultura rock, Sergio Marchi advirtió muy temprano el interés de los argentinos en la figura de Roger Waters. “Ya cuando iba por el cuatro River, los medios comenzaron a crear una bola”, reconoció periodista. Entonces, comenzaron los llamados, desde radios comunitarias a las más importantes AM, consultándolo sobre este fenómeno. “Podría decir que tardé 37 años en escribir este libro”, dijo Marchi, autor de Roger Waters. Paredes y puentes: el cerebro de Pink Floyd (Planeta), minutos antes de su presentación en la Feria. El volumen de 250 páginas, con fotografías y minuciosidad en los detalles que escribió, efectivamente, en cuatro meses a la velocidad del fenómeno. “Lo que más me mueve es la obra misma, es encontrar en la obra elementos para mí”, agregó.
¿Qué lugar ocupa Roger Water en el rock? Te diría que ocupa un lugar muy importante a la hora de plasmar una obra que tenga profundidad en el mundo del rock. El rock tiene muchas obras y no todas tienen profundidad en la dimensión humana. Roger Waters en ese sentido está muy emparentado con John Lennon, no sólo por el alegato antibélico, sino porque lo que define la historia de Roger Waters es el tema de haber crecido sin padre. El padre murió en la batalla de Anzio en la Segunda Guerra Mundial y nunca lo conoció, murió cuando tenía cinco meses. John Lennon creció, a su modo, sin una madre, a la que siempre quiso volver y siempre había una u otra forma de rechazo. Eso me parece que los convierte a ambos en personas carenciadas que buscar cubrir esos vacíos mediante el arte, la creación, que es un arma muy poderosa como dice justamente el tema “Espacios vacíos”, de Roger Waters, que dice: “Tenés un espacio vacío y, ¿cómo vas a llenarlo?, ¿te vas a comprar un auto nuevo?, ¿una casa más cara?, ¿qué es lo que te lo va a llenar?”. Presenta esta pregunta. Por eso creo que Roger Waters tiene ese lugar dentro del rock, un tipo –que no hay tantos– de los que han hecho obras realmente profundas de la psiquis del ser humano. Y también, como John Lennon, tiene un apego a lo psicoanalítico.
¿En ese sentido se explica también su vigencia? La vigencia actual de The Wall tiene que ver con la condición humana, con lo que nos pasa a nosotros estando solos, o buscando estar con alguien y no pudiendo atravesar paredes que a veces construimos nosotros mismos. ¿Cómo es el proceso de llegar a otro, de abrirse a otro?

PHILIP GLASS, EL GENIO DEL MINIMALISMO EN TRES ACTOS

PRIMER ACTO. EL HOMBRE PRIMITIVO Se publicó en el semanal ‘The New Yorker’. El chiste presentaba a un periodista entrevistando al compositor minimalista Philip Glass. Y una y otra vez le hacía la misma pregunta. Daba igual la que fuese, lo importante es que fuera la misma. La repetición musical como un martirio se volvía esta vez contra el torturador. Nieto de inmigrantes rusos e hijo de un reparador de aparatos de radio que se sacaba un sueldo extra vendiendo música clásica, el autor de “Music With Changing Parts”(1970; Nonesuch, 1994) declara que se espanta de aquella primera obra. Una larga repetición que aún conserva la insolencia del discurso más fanático. Entonces le fascinaba el agujero negro donde iban a parar los textos de Samuel Beckett. También los novedosos conceptos de John Cage, la música con estrategia. Volarle la cabeza a tu público era un desafío glorioso. “Hay compositores que necesitan entender su obra como el recorrido de un gran péndulo. Si empezaran desde la austeridad minimalista, llegarían a parar a lo romántico. Y viceversa. El balanceo es el motor de la creatividad” Pronto suavizaría sus patrones de conducta musical. “Music In Twelve Parts” (1971-1974; Nonesuch, 1996) es una extensa pieza más que apreciada por los aficionados a las repeticiones que buscan cierta armonía. En una entrevista a ‘The Guardian’ explicó su teoría del péndulo. “Hay compositores que necesitan entender su obra como el recorrido de un gran péndulo. Si empezaran desde la austeridad minimalista, llegarían a parar a lo romántico. Y viceversa. El balanceo es el motor de la creatividad”. Consideraciones como esta ayudaron a su lavado de cara, aunque el gran público aún no estaba de su lado cuando alcanzó su Everest. “Einstein On The Beach” (1976; CBS Masterworks, 1979) presume de ser la primera ópera en que se permitía a los espectadores abandonar sus asientos y volver a entrar cuando les diera la gana. No se encuentra en la retrospectiva escénica que nos llegará en abril. Sin embargo, Glass está presentando un nuevo montaje de esta obra en una gira que durará hasta 2013.
SEGUNDO ACTO. EL HOMBRE POPULAR En el circuito del arte contemporáneo se han venido utilizando dos conceptos excluyentes de lo más antipáticos: la alta y la baja cultura. En su cruzada por sentarlos a la misma mesa, tuvo que torear con el rechazo de quienes lo consideraban insustancial y las sospechas de intrusismo. Pero “Glassworks” (1981; Sony Masterworks, 1982) rellenó ese espacio con unas estructuras imaginativas al alcance de cualquiera. Es un mundo similar al mítico “Big Science” (1982) de Laurie Anderson, quien también propuso el juego de componer diminutas sinfonías en el espacio de una canción. Músicos inquietos en el Nueva York de los ochenta: imaginando una vanguardia popular, entre ellos se miraban de reojo con mayor o menor disimulo. Pero a Glass le supo a poco y pide a amigos como David Byrne, Paul Simon, Suzanne Vega o la propia Anderson que le escriban los textos para sus nuevas composiciones. En las notas interiores de “Songs From Liquid Days” (1985; Sony Masterworks, 1986), sentencia que “las canciones son nuestra expresión musical más básica”. ¿Quién dijo minimalismo? No consiguió vivir de la música hasta los 42 años. Pero desde entonces su cuenta corriente ha aumentado en la misma proporción que su popularidad. Compone scores para Francis Ford Coppola, Woody Allen, Paul Schrader y Peter Weir –en su visita interpretará un extracto de la banda sonora de “El show de Truman” (1998)– y le sigue dando vueltas a formalizar su relación con el pop. Convierte en sinfonías los dos primeros discos de la trilogía berlinesa de David Bowie –“Low” y “Heroes”, de 1977, reciclados como “Low Symphony” (Point Music, 1993) y “Heroes Symphony” (Point Music, 1997)–. ¿Sinfonías o envoltorios para vender música clásica en una tienda de rock?
TERCER ACTO. EL HOMBRE ESPIRITUAL “Entreno como un atleta, sigo una dieta vegetariana, respeto las horas de sueño y hago yoga” A pesar de su impacto mediático a partir de los ochenta, Philip Glass sigue ampliando el currículo lejos de los grandes focos. En una entrevista concedida hace tres años al diario ‘The Independent’, el músico daba las claves de una eficaz disciplina: “Entreno como un atleta, sigo una dieta vegetariana, respeto las horas de sueño y hago yoga”. Su interés por las técnicas de relajación surgió a la vez que la admiración por la obra de Ravi Shankar. Y es a partir del encargo de la banda sonora del documental de Godfrey Reggio “Koyaanisqatsi” (1982; Antilles, 1983) cuando su preocupación medioambiental le va empujando hacia un sonido más reflexivo. Philip Glass lleva décadas diciendo que no le gusta que le llamen minimalista. Escuchando este trabajo no hay razón por la que hacerlo. “Koyaanisqatsi” significa “la vida en desequilibrio”. Artísticamente, la suya ya la había enderezado. Aunque entonces “a John Cage no le gustaba mi música”, ha llegado a confesar. Pero eran los desajustes de fuera los que más le preocupaban. Sensibilizado con la causa tibetana, Philip Glass viene organizando todos los años un concierto benéfico en el Carnegie Hall de Nueva York para recaudar fondos. Este año contó con la participación de Das Racist, Antony, James Blake, Stephin Merritt y el ínclito de Lou Reed. En la pasada edición fueron The Flaming Lips los encargados de cerrar el evento. Glass subió al escenario metiendo su piano en espiral en “Do You Realize??”. Wayne Coyne declararía más tarde que tocar con él había sido como hacerlo con Syd Barrett. El péndulo, finalmente, dibujó su arco más ancho. Publicado en Rockdelux 305 (Abril 2012)