domingo, abril 29, 2012

PHILIP GLASS, EL GENIO DEL MINIMALISMO EN TRES ACTOS

PRIMER ACTO. EL HOMBRE PRIMITIVO Se publicó en el semanal ‘The New Yorker’. El chiste presentaba a un periodista entrevistando al compositor minimalista Philip Glass. Y una y otra vez le hacía la misma pregunta. Daba igual la que fuese, lo importante es que fuera la misma. La repetición musical como un martirio se volvía esta vez contra el torturador. Nieto de inmigrantes rusos e hijo de un reparador de aparatos de radio que se sacaba un sueldo extra vendiendo música clásica, el autor de “Music With Changing Parts”(1970; Nonesuch, 1994) declara que se espanta de aquella primera obra. Una larga repetición que aún conserva la insolencia del discurso más fanático. Entonces le fascinaba el agujero negro donde iban a parar los textos de Samuel Beckett. También los novedosos conceptos de John Cage, la música con estrategia. Volarle la cabeza a tu público era un desafío glorioso. “Hay compositores que necesitan entender su obra como el recorrido de un gran péndulo. Si empezaran desde la austeridad minimalista, llegarían a parar a lo romántico. Y viceversa. El balanceo es el motor de la creatividad” Pronto suavizaría sus patrones de conducta musical. “Music In Twelve Parts” (1971-1974; Nonesuch, 1996) es una extensa pieza más que apreciada por los aficionados a las repeticiones que buscan cierta armonía. En una entrevista a ‘The Guardian’ explicó su teoría del péndulo. “Hay compositores que necesitan entender su obra como el recorrido de un gran péndulo. Si empezaran desde la austeridad minimalista, llegarían a parar a lo romántico. Y viceversa. El balanceo es el motor de la creatividad”. Consideraciones como esta ayudaron a su lavado de cara, aunque el gran público aún no estaba de su lado cuando alcanzó su Everest. “Einstein On The Beach” (1976; CBS Masterworks, 1979) presume de ser la primera ópera en que se permitía a los espectadores abandonar sus asientos y volver a entrar cuando les diera la gana. No se encuentra en la retrospectiva escénica que nos llegará en abril. Sin embargo, Glass está presentando un nuevo montaje de esta obra en una gira que durará hasta 2013.
SEGUNDO ACTO. EL HOMBRE POPULAR En el circuito del arte contemporáneo se han venido utilizando dos conceptos excluyentes de lo más antipáticos: la alta y la baja cultura. En su cruzada por sentarlos a la misma mesa, tuvo que torear con el rechazo de quienes lo consideraban insustancial y las sospechas de intrusismo. Pero “Glassworks” (1981; Sony Masterworks, 1982) rellenó ese espacio con unas estructuras imaginativas al alcance de cualquiera. Es un mundo similar al mítico “Big Science” (1982) de Laurie Anderson, quien también propuso el juego de componer diminutas sinfonías en el espacio de una canción. Músicos inquietos en el Nueva York de los ochenta: imaginando una vanguardia popular, entre ellos se miraban de reojo con mayor o menor disimulo. Pero a Glass le supo a poco y pide a amigos como David Byrne, Paul Simon, Suzanne Vega o la propia Anderson que le escriban los textos para sus nuevas composiciones. En las notas interiores de “Songs From Liquid Days” (1985; Sony Masterworks, 1986), sentencia que “las canciones son nuestra expresión musical más básica”. ¿Quién dijo minimalismo? No consiguió vivir de la música hasta los 42 años. Pero desde entonces su cuenta corriente ha aumentado en la misma proporción que su popularidad. Compone scores para Francis Ford Coppola, Woody Allen, Paul Schrader y Peter Weir –en su visita interpretará un extracto de la banda sonora de “El show de Truman” (1998)– y le sigue dando vueltas a formalizar su relación con el pop. Convierte en sinfonías los dos primeros discos de la trilogía berlinesa de David Bowie –“Low” y “Heroes”, de 1977, reciclados como “Low Symphony” (Point Music, 1993) y “Heroes Symphony” (Point Music, 1997)–. ¿Sinfonías o envoltorios para vender música clásica en una tienda de rock?
TERCER ACTO. EL HOMBRE ESPIRITUAL “Entreno como un atleta, sigo una dieta vegetariana, respeto las horas de sueño y hago yoga” A pesar de su impacto mediático a partir de los ochenta, Philip Glass sigue ampliando el currículo lejos de los grandes focos. En una entrevista concedida hace tres años al diario ‘The Independent’, el músico daba las claves de una eficaz disciplina: “Entreno como un atleta, sigo una dieta vegetariana, respeto las horas de sueño y hago yoga”. Su interés por las técnicas de relajación surgió a la vez que la admiración por la obra de Ravi Shankar. Y es a partir del encargo de la banda sonora del documental de Godfrey Reggio “Koyaanisqatsi” (1982; Antilles, 1983) cuando su preocupación medioambiental le va empujando hacia un sonido más reflexivo. Philip Glass lleva décadas diciendo que no le gusta que le llamen minimalista. Escuchando este trabajo no hay razón por la que hacerlo. “Koyaanisqatsi” significa “la vida en desequilibrio”. Artísticamente, la suya ya la había enderezado. Aunque entonces “a John Cage no le gustaba mi música”, ha llegado a confesar. Pero eran los desajustes de fuera los que más le preocupaban. Sensibilizado con la causa tibetana, Philip Glass viene organizando todos los años un concierto benéfico en el Carnegie Hall de Nueva York para recaudar fondos. Este año contó con la participación de Das Racist, Antony, James Blake, Stephin Merritt y el ínclito de Lou Reed. En la pasada edición fueron The Flaming Lips los encargados de cerrar el evento. Glass subió al escenario metiendo su piano en espiral en “Do You Realize??”. Wayne Coyne declararía más tarde que tocar con él había sido como hacerlo con Syd Barrett. El péndulo, finalmente, dibujó su arco más ancho. Publicado en Rockdelux 305 (Abril 2012)