viernes, julio 29, 2011

LA FACULTAD POETICA DEL MUNDO INTERIOR...


Poema de ARISTÓTELES ESPAÑA



En el hospital Psiquiátrico de Valparaíso, aislado del mundo por ventanales y agujeros, con terapias y dosis de extraños líquidos cuyos nombres no recuerdo, descubrí que nunca había amado a una mujer. Amé una causa, amo la palabra, amo la nieve, el viento, el desierto, la lluvia, amo los países y ciudades donde he estado, amo la muerte, los insectos, los gusanos, las gaviotas, los mitos, las leyendas, las ideas, los libros, las jirafas, las huellas; pero mi novia siempre ha sido la poesía. La música ha sido un amor inconcluso, la pintura y el dibujo fueron pasiones que dejé ir, el teatro fue y es una fuente de energía pues escribo y actúo frente a mi propio escenario; en el cine he sido personaje y director solitario, guionista de mis aciertos y errores, con diversos nombres. Pero nunca he amado a una mujer. Me gustan las mujeres, he vivido con ellas, he procreado hijas que perdí para siempre y me aislé en la soledad de mi biblioteca escuchando a Vivaldi, Mozart, Bethoven, a los pájaros de mis casas o departamentos asistiendo a extrañas reuniones conspirativas con poetas y los eternos asiduos al Poder. Cada una de mis mujeres ha sido tierna, expertas en calendarios, en lingüística, educación diferencial, psicología, leyes, física cuántica, y yo les ayudaba a escribir sus tesis invadiéndolas con poemas, llevando a casa gatos abandonados, perritas en celo, a los que alimentaba con comida casera, sandwiches de tocino, carne de pavo. Nunca les escribí un poema de amor; sólo mensajes encriptados de Verlaine, Lope de Vega, bodegas de Haikus, de odas, y porfiaban para que celebre mi cumpleaños mientras yo leía las vocales de Huidobro, Rimbaud, Vallejo, literatura hindú, ridiculizaba a los Románticos, a los ideólogos del Realismo Socialista, a los viejos Modernistas en desuso. Una tarde Payasita, me dijo que íbamos a hacer con los cuadros de Monet, Renoir, Gauguin, Rodin, Whistler, porque que había que pagar su parcela, su invernadero, sus triciclos, sus cremas, el gimnasio, sus zapatos italianos, y yo le dije que no importaba, que lo lleve todo, que sólo deje mis libros, que me deje solo, que se vaya a la punta de un cerro y me dejara vivir en la Belleza. Que todo se lo lleve y pague. Todo es mío, le dije, te lo regalo, no me importa tu presencia, empezaré de nuevo a buscar a esos maestros en algún lugar del planeta. Se lo llevó todo y un año después la encontré en un bar de Buenos Aires. Te he buscado, me dijo, sé que estás releyendo a Girondo, Lugones, Borges, Artl, Piglia, Carriego, Sábato, en sus rincones, me lo dijo un librero. Estaba bebiendo un gin tonic, una cerveza helada y la quedé mirando fijamente durante cinco minutos. Quiero darte un beso, me dijo, vamos a mi hogar. Pensé en los ejes en los cuales ha girado mi vida. Pensé en los versos que estaba escribiendo a los cuales rescataba de un pozo; pensé en mi exilio interior y exterior y me marché hacia el Río de la Plata a seguir leyendo. Ella me siguió hasta el taxi y me fui para siempre. ¿Qué es el amor?, me pregunto. ¿Dar y recibir? ¿Aceptar a la pareja como es? ¿Trabajar una relación con lentitud, de a poco?. ¿Entregarse y entregar? ¿Tener miedo? ¿Quién dice primero que se quiere? No el deseo, porque eso es fácil y se palpa. ¿Caminar, andar, mirarse, establecer vínculos perpetuos, Respirar los mismos olores, hablar el mismo idioma? Al salir del Hospital Psquiátrico de Valparaíso pensaba en la belleza, en la autodestrucción, pensé adónde iría sin amar. y sin amor. Era tarde, recuerdo, y comencé a llorar en una pieza desierta. El llanto era tan grande que sangraba mi nariz, el estómago, el alma. Por supuesto lloraba en silencio, sin música, como suelen los guerreros caídos llorar en las cuevas, como lloran los presos en los campos de concentración, y me enamoré de mi almohada, de mis pantalones rotos, de un armario vacío y acariciaba los dos libros que me acompañaban escritos por mí. Después me enamoré de una radio a pilas, de un par de moscas de la habitación, de un candado que traía del hospital, de una sábana con sangre, de un vidrio roto del comedor de la mansión donde intentan sanar mi alma. No quería pedir ayuda y borré a todo el mundo de una posible lista de visitas y llamadas telefónicas. Sólo Tac, mi personaje favorito, estaba conmigo e intentaba descifrar mis poemas escribiendo con letras rojas, verdes, azules la palabra “Amor”, la palabra “Compañera”, la palabra “Amigo”. Tac enloquecía pues empecé a enamorarme de nuevo ahora del alfabeto, de los adjetivos sin vida, de las metáforas con la palabra resfrío. Una tarde llegó el poeta Enrique Moro y lloré. Una tarde llegó mi amiga psicóloga Cecilia Valdivieso y lloré. Apareció mi amiga poeta y cantante Karen Devia y lloré. El psquiatra y las psicólogas me dijeron que estaba bien; que por fin lloraba. Me dijeron que era un cebollín o una cebolla, ahora había que deshojar la armadura “porque las bibliotecas como tú no piensan” me dijo el Doctor. Ahora tengo miedo, porque la belleza hay que disfrutarla y no vivir en ella, y borré a Mallarmé de mi lista de lecturas porque lo tengo incorporado a mi acervo. Tengo que caminar por un mar real y no metafísico. Tengo que andar de nuevo por la nieve y no sólo escribir sobre ella. Tengo que mirar a los pájaros y no conversar en los árboles. Tengo que recuperar a mi búho y no inventarle un lenguaje para charlar sobre la poética aristotélica. Tengo que dejarme querer para que pueda aprender a hacerlo. Hay tantas, demasiadas cosas por conocer, demasiadas. Hacer el amor en una selva con una mujer africana porque no pude hacerlo en Moscú; pero ya es sólo una ilusión porque ella murió en la guerrilla. Tengo que aprender a bailar porque sólo lo he hecho en los prostíbulos. Tengo que aprender y aprendo a conocer mujeres en su dimensión humana y no con sus personajes. Tengo que aprender a vivir con mis libros y que no lo sean todo. Tengo que aprender a escribir sin descuidar a mi futura pareja. Tengo que ir al cine con niños y niñas a ver películas porque siempre seré un niño. Tengo que aprender a decir “hola”, “te quiero”, “vamos a un río” pero no en forma literaria. Tengo que aprender a llorar y abrir mis sentimientos y no ser un robot en los cafés, en recitales. Tengo que luchar por mi propia causa e intentar ser feliz con un pan, con un vaso de agua, con una naranja. Entonces, tengo más miedo. Miedo a enamorarme, pero ¿cómo decirlo? El poema está en mis venas, en mis arterias, en mi corazón, en todo mi cuerpo y nada soy si no escribo. “Puedes escribir lo que quieras”, me dijo el doctor, y trato de hacerlo. Pero están los malditos conceptos, la semiótica, el estructuralismo, el automatismo psíquico que revolotean en mi cerebro. Entonces, intento escribir este poema desde el miedo. Nunca he escrito desde el miedo, sólo sobre el miedo, sólo en el miedo mismo y siempre termino tiritando. Ahora estoy más seguro, más feliz incluso, y no quiero enamorarme de esa palabra. Ahora estoy en mi habitación lleno de hojas en blanco y tengo ganas de escribir un “Estudio sobre Vivaldi” y “La Poesía de las 4 Estaciones”. Tengo ganas de correr por el techo. Tengo ganas de alunizar en mi boca. Tengo deseos de libertad y no escribirla. “Se abre tu corazón”, me dice Tac, mientras devora una hoja del cebollín, e intento terminar el poema sin 3 finales sino con 20 finales abiertos como siempre he deseado, elegantes, misteriosos, que se abran a distintas interpretaciones estéticas, religiosas, ideológicas y la lectora de este poema no me mire a los ojos.

Valparaíso, diciembre 4 de 2009



( El jueves 28 de Julio,en Valparaiso
murió el poeta Aristóteles España a los 56 años )