jueves, julio 14, 2011

Pizarnik de la medianoche

Por:
Winston Manrique Sabogal
13/07/2011

"Esperando que un mundo sea desenterrado por
el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el
silencio. Luego comprobará que no porque se
muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo.
Por eso cada palabra dice lo que dice y además
más y otra cosa".




Este es el universo Pizarnik hecho palabras. Un poema revelación sobre lo que la poeta argentina pensaba, sentía y creía que era la vida y el lenguaje. Luces reflectantes; sombras mutuas. Su concepción del mundo en seis líneas en las que vibran el big-bang de su creación, el sentido de las palabras y de la vida misma hasta donde no llega la luz.

Escribo hoy, hablo hoy, de Alejandra Pizarnik porque no quiero que se acabe la temporada literaria sin recordar que el 29 de abril se conmemoraron los 75 años de su nacimiento. Pero da igual la fecha. Para mí es simplemente un pretexto para recordar y compartir con ustedes a una de mis poetas favoritas. Una poesía oscura, sombría, apesadumbrada, lúgubre y todas las demás palabras primas que puedan hacer una comparsa con éstas, pero en cuyas combinaciones anida la belleza del misterio y una invitación a otras miradas sobre el vivir: memoria-recuerdo-sueño-anhelo. Escuchemos este TIEMPO, de Pizarnik:

"Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi orilla.


Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado"

Y me gusta porque Alejandra Pizarnik también señala senderos poco frecuentados, pero que a medida que se leen sus versos van haciendo reconocibles el camino:

"Ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe"

Y, claro, su voz también mira al amor para nombrarlo, porque es Vida, así sea con versos como estos:

"Esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió"




Con 36 años, Alejandra Pizarnik se suicidó el 25 de septiembre de 1972. Noche, muerte, desaparición, abandono, amor, exilio fueron sus temas en obras esenciales como Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968), El infierno musical (1971) y su libro en prosa La condesa sangrienta (1971), sobre Elisabeth Báthory, la aristócrata húngara que asesinó a 650 jóvenes para bañarse en su sangre porque según la leyenda le daría belleza y eterna juventud. Pizarnik rondó a la muerte y la muerte la rodeó con sus sombras porque, tal vez, como ella misma escribió:

"La vida juega en la plaza
con el ser que nunca fui"

Fue morir y su leyenda empezar a crecer. Y a oírse el susurro de su voz diciendo:

"Yo voces.
Yo el gran salto.

Cuando la noche sea mi memoria
mi memoria será la noche"

Poemas y versos en los que conviven lo luminoso y lo oscuro:

"La noche se astilló en estrellas
mirándome alucinada
el aire arroja odio
embellecido su rostro
con música"

Palabras encadenas que bautizan y encadenan emociones diferentes como el antepenúltimo poema que he recordado y que retomo ahora para cerrar este recordatorio, y que Pizarnik tituló ‘La de los ojos abiertos’:

"La vida juega en la plaza
con el ser que nunca fui

y aquí estoy

baila pensamiento
en la cuerda de mi sonrisa

y todos dicen esto pasó y es

va pasando
va pasando
mi corazón
abre la ventana

vida
aquí estoy

mi vida
mi sola y aterida sangre
percute en el mundo

pero quiero saberme viva
pero no quiero hablar
de la muerte
ni de sus extrañas manos".